Color esperanza

Nada. Eso decía la canción de “La Buena Vida” que sonaba en su cabeza desde que saliera de casa.
-Nada -Repetía ella para sus adentros, sin llegar a tararear, como un mantra
-Ya no queda nada de todo aquello.
¿O tal vez sí?. Quedaban demasiadas cosas, sobre todo recuerdos. Demasiado dolor enquistado, demasiadas lágrimas reprimidas. Demasiadas preguntas sin respuesta, demasiada decepción. Ojalá fuese cierto eso de que el tiempo todo lo cura. Qué va. Hay heridas que siempre quedan entreabiertas.

Llegó a la estación de metro con las manos metidas en los bolsillos del pantalón vaquero, con el cuerpo ligeramente vencido hacia adelante. Caminaba con desgana, casi por obligación. Lo cierto es que aquella mañana no tenía demasiada motivación para llegar al trabajo.
Entonces fue cuando escuchó aquella música. Conocía al saxofonista de vista, ya que tocaba a diario en aquel mismo rincón de la estación, justo donde el larguísimo pasillo giraba ligeramente hacia la izquierda. Pero aquella mañana, la canción de Kenny G sonaba todavía más triste que de costumbre.
-Nada… -repitió ella. Y se dio cuenta de que lo absurda que era aquella palabra.
-Todo -Pronunció de repente. Y se quedó mirando fijamente al músico, como esperando una reacción por su parte.
─Hoy comienza TODO en realidad. Hoy, me he quitado uno de los mayores lastres de mi vida, y hoy no existe NADA que pueda impedirme conseguir TODO lo que me proponga.
El músico retiró el instrumento de los labios, le sostuvo la mirada desafiante que ella le había mantenido todo el tiempo, y volvió a colocarse el saxo en la boca. Sus ojos le sonrieron, y comenzó a tocar una canción que ella reconoció desde las primeras notas.



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