El café de la mañana

El momento del café, en mitad de la mañana, era su oasis. Durante esos veinte minutos de desconexión, su imaginación navegaba y sus problemas cotidianos se disolvían como el azúcar en el café.

Elegía casi siempre el mismo rincón, ni cerca ni lejos de la barra, frente a la puerta de entrada a la cafetería. Conocía a casi todas las personas que ocupaban las mesas cercanas. A todos, en mayor o menos medida, les había imaginado historias.

Todo comenzó como un juego, una mañana aburrida en la que intentó averiguar la profesión de cada uno de ellos por su vestimenta, su peinado o su manera de comportarse.

En la barra, trajeado, hojeando el periódico y fumando con avidez, el comercial del banco de la esquina.

En la mesa de más alboroto, el grupo más heterogéneo, en edades, en estilos, todos muy expresivos, hablando con el cuerpo casi tan alto como con la voz: el claustro de maestros de un colegio cercano.

Un poco más allá, junto a la ventana, una pareja de edad avanzada que aún conservaba el amor y el humor casi intactos…

Luego llegaron las especulaciones. Casi sin darse cuenta, comenzó a añadir detalles a cada una de esas historias. Familias, inquietudes, amores y amantes, aficiones insospechadas, secretos inconfesables…

Veinte minutos al día para imaginar vidas. Veinte minutos para convertir la realidad en niebla y mirar el mundo con ojos de escritora. Con ojos de quien juega a ser dios y se atreve a soñar un mundo diferente.

Ni mejor ni peor. Sencillamente diferente.

Veinte minutos para difuminarse, para aparcar el tiempo y disfrutar en su realidad paralela. Cada mañana, con la ilusión de una niña, se colaba dentro de aquel escenario de lo cotidiano, y lo transformaba en una novela que solo estaba escrita en su mente.

Y ella se lo contaba a su pequeño bloc de notas desde su rincón privilegiado.

Lo que nunca imaginó es que, detrás de la barra, entre café y tostada, entre caña y refresco, desde hacía unas semanas, alguien la imitaba en su juego de inventar realidades.

En este caso, la única protagonista de la historia era ella. Ella sola, en su mesa, con su café ya frío, con su bolígrafo color plata; con su pequeño bloc de notas.

Comentarios

  1. Ya tenía yo ganas de disfrutar con una historia de las tuyas, con esta el olor a café y el placer de escribir me han invadido. Pepi.

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  2. Ay, he tenido que bajar mis dosis de cafeina debido a temas de salud, Paula, ahora me consuelo con lo que aqui llaman "te" y no dejan de ser infusiones de hierbitas... la oportunidad de hablar tambien la dan, pero no es lo mismo: echo tanto de menos aquellos espressos.
    Un supersaludo

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  3. Pepi, cuando tengas ganas de oler el café no tienes más que decirlo y nos tomamos uno de verdad. La gracia de la historia es que es casi autobiográfica, porque últimamente me ha dado por escribir a la hora del desayuno (sobre todo poesía) y mato dos pájaros de un tiro. Me ayuda a despejarme del trabajo, y no dejo que se me oxide el bolígrafo.

    Superwoman, lo importante no es lo que hay dentro de la taza, sino lo que haya fuera. Supongo que sí, que uno se aburre del aguachirri que se suele beber por ahí, pero en compensación tenéis una cerveza estupenda.
    Lo que seguro que echaría de menos yo si viviera fuera de España serían las tostadas con aceite de oliva... qué ricas a media mañana... me está dando hambre.

    Un beso a las dos.

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