Pequeños Misterios: Relato de Fan-Fiction

El miércoles pasado, las compañeras del Club de Escritura La Biblioteca hicimos un recital de relatos en la Librería Nobel de Albacete.


El collage es un montaje de Nieves Jurado, siempre tan atenta a los detalles


En esta ocasión, el reto era unir en un mismo relato a dos personajes de la literatura haciendo un ejercicio de Fan-Fiction con doble vuelta de tuerca.

Este es el relato que escribí y leí yo, y no voy a deciros quienes son los personajes, porque es más divertido que lo adivinéis en los comentarios.


PEQUEÑOS MISTERIOS

Nunca pensé que viviría tantos años, ni que la artrosis se apoderaría de mi autonomía poco a poco, y aunque es verdad que estos jardines no tienen comparación con el verde natural de St Mary Mead, el clima es agradable y los empleados de la residencia se esfuerzan para que nos sintamos como en casa.
De mis rutinas queda ya poco. A duras penas he salvado la costumbre de tomar el té a las cinco en punto, a pesar de las horribles tazas que hay en este sitio y de que se pierde mucho encanto cuando el zumbido de la tetera se sustituye por el timbrazo impertinente de un microondas. Aun así, ese sigue siendo mi instante de paz, en el que puedo disfrutar haciendo lo que más me gusta: observar el comportamiento de las personas que me rodean.
Al final la gente es igual en todas partes, y antes o después, nuestros gestos y nuestras palabras acaban revelando mucho más de nosotros de lo que imaginamos. ¡Qué lejos quedan ya aquellos años en los que colaboraba con Scotland Yard resolviendo crímenes complicados! Los tiempos han cambiado tanto que hoy sería un estorbo probablemente. O tal vez no ¿quién sabe?
 Aun así, como dicen por aquí, quien tuvo retuvo, y a mis años, no voy a negarme el placer que me produce investigar mis “pequeños misterios del día a día”, aunque sólo sea para matar el tiempo y mantener activa esta mente inquieta. Porque, aunque a nadie le importe, aquí pasan cosas extrañas a diario. Y mucho más desde que llegó el extraño huésped de la habitación 302.
Dicen en el comedor que pertenece a la aristrocracia de Rumanía, y algo de verdad debe haber en ese rumor porque sus modales son refinados hasta un punto diría yo que anacrónico. Hay que reconocer que conserva cierto atractivo, pero hay algo en él que me produce desasosiego. Podría ser esa forma casi lasciva de mirar el cuello de las mujeres, que por otro lado, algunas de mis compañeras encuentran irresistible. Igual es la palidez extrema de su rostro, y no es de extrañar tampoco, teniendo en cuenta que rehuye cualquier paseo por el jardín en las horas de más luz y siempre, incluso bajo el techo de la residencia, se esconde detrás de unas gafas de sol absolutamente opacas. Tampoco favorecen su expresión los dos colmillos superiores, que sobresalen por encima de su labio inferior cuando sonríe y que a duras penas intenta ocultar bajo una expresión seria y contenida.
Pero lo que más me desconcierta es que, desde que él llegó, ocurren sucesos extraños en la enfermería. Yo, por ejemplo, noté hace unas semanas que mi analítica estaba sospechosamente descompensada. Mi médico no quiso darle importancia pero yo estaba absolutamente segura de que algo estaba ocurriendo. Luego está ese otro asunto raro del enfermero al que despidieron por algún problema con la custodia de las muestras de sangre. Nadie quiso contarme abiertamente qué ocurrió, pero conseguí sonsacarle a una auxiliar que se habían extraviado varios tubos y que habían tenido que repetir las analíticas. Aquella mañana Vlad tenía un sospechoso sonrosado en sus mejillas y sonreía, debajo de las gafas, con esa expresión bobalicona que solo un buen whisky escocés podría provocar.
Tras varias semanas observándole en la distancia, anoche, después de la cena, me decidí a actuar. Y en el momento de su paseo noctuno, justo cuando la oscuridad del jardín se tragaba su silueta, aproveché para colarme con disimulo en su dormitorio. No sé qué esperaba encontrar, pero me sorprendió la austeridad extrema que reinaba en ese cuarto. Apenas objetos personales, nada que pudiese darme ninguna pista y de repente… una sombra, tal vez un pájaro, como un cuervo de alas enormes entró por la ventana abierta.
Después… no me pregunten qué ocurrió. Lo único que puedo decirles es que esta mañana desperté en mi cama dentro de la normalidad más absoluta. Y no sé qué pensar porque, es cierto que ya tengo una edad y la memoria flaquea pero… no sé, algo no encaja.

En fin, tendré que hacerle caso al médico de la residencia y relajarme un poco. Tal vez todo sea el estrés, o el calor de este país que me descoloca. Y ahora voy a ponerme un poco de talco en este sarpullido que me ha brotado de repente en el cuello. 

Comentarios

  1. Poirot (o es Sherlock?) y Drácula, nunca me los habría imaginado juntos. Me encantaría ver qué hace ahora el Poirot vampiro.

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    1. Casi casi, Gracia. Te daré una pista: El primer personaje es femenino, y andas muy cerca con ambas propuestas, porque comparte madre con uno de ellos y nacionalidad con el otro.
      Muchas gracias por tu comentario. Besos!!!

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  2. Hola, Paula. Qué iniciativas tan interesantes tenéis. La idea de unir en un mismo relato a dos personajes de la literatura me parece muy original. Y el resultado en tu relato me ha gustado mucho. Mis modestas felicitaciones para ti y para el Club de Escritura. Mira, he hecho algunas investigaciones y creo que el personaje femenino es Miss Jane Marple (¡a qué sí!), pues reside habitualmente en St. Mary Mead y su frase favorita es "la gente es igual en todas partes", jaja. Hacía tiempo que no pasaba por tu blog. Saludos y abrazos.

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  3. Qué crack! Le has dado de lleno 😊 Como siempre, un gusto leerte por aquí.

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